Si bien la antropologÃa ha comenzado a estudiar estos procesos de transformación a partir de registros documentales y orales (como por ejemplo Gundermann, 2003, 2004; Morales, 2010; Núñez, 2007; Rivera, 1994, 1998; Sanhueza y Gundermann, 2007), la materialidad no ha recibido suficiente atención. Pese a trabajar desde la cultura material, la arqueologÃa tampoco ha aportado lo suyo. Salvo esfuerzos aislados de expertos locales como los de Eva Siárez, poco sabemos del rol que esta ha jugado en los variados procesos sociales que acontecieron en los oasis de San Pedro de Atacama y cómo las poblaciones locales se fueron relacionando con dichos procesos para convertirse en lo que son hoy en dÃa.
En este artÃculo¹ agregamos una visión arqueológica a la comprensión de la expansión capitalista en los oasis de San Pedro de Atacama a partir del estudio de sus restos materiales, particularmente de su arquitectura. Manteniendo un constante diálogo con las fuentes orales, creemos que la materialidad del tiempo de las remesas en los oasis de San Pedro puede aportar información clave que cuestione la invisibilidad de la historia reciente en la vida actual de sus habitantes.
El pasado reciente en San Pedro de Atacama.
Durante las últimas décadas del siglo xix, la sociedad atacameña sufrió un cambio dramático en sus modos de subsistencia transitando de una economÃa fundamentalmente agro-pastoril a una más diversificada con base capitalista (Núñez, 2007). El motor de dicha transformación fue la instalación de grandes industrias en la región: el mineral de plata de Caracoles, los cantones salitreros de Pampa Central y El Toco, y posteriormente, el yacimiento cuprÃfero de Chuquicamata. Mayoritariamente, la población indÃgena local afianzó la arrierÃa como estrategia mercantil para surtir de ganado y otros bienes a los enclaves mineros. Grandes remesas de vacunos llegaban a San Pedro de Atacama para luego ser distribuidos hacia los centros industriales. Los arrieros, ahora remeseros y peones que realizaban estas labores, eran contratados por casas comerciales o firmas importadoras ubicadas en esta localidad o en Antofagasta (Sanhueza, 2012).
El tráfico de ganado implicó también una inusitada demanda en forraje para el engorde de los animales. La producción de alfalfa en San Pedro de Atacama se multiplicó y las tierras indÃgenas comenzaron a ser adquiridas y a concentrarse en manos de grandes propietarios que, a su vez, requirieron de una creciente mano de obra agrÃcola temporera (Núñez, 2007; Sanhueza y Gundermann, 2007). Sin descuidar el intercambio y comercio atacameño de productos tradicionales con poblaciones indÃgenas de las regiones vecinas, los habitantes locales aprovecharon las nuevas oportunidades de la época gloriosa de los toros hasta la década de 1930 (Castro y Varela, 2000; Núñez, 2007; Sanhueza y Gundermann, 2007; Cárdenas, 2007). En ese entonces, la crisis económica mundial impactó la industria salitrera y la demanda de ganado decayó considerablemente. Poco tiempo después, en los años 40, la instalación del ferrocarril Salta-Antofagasta absorbió el tráfico vacuno que habÃa logrado sobrevivir, marginando a San Pedro de Atacama del lucrativo negocio de las remesas.
El capital arquitectónico: la evidencia material de la época de las remesas.
La evidencia material de la época de las remesas en San Pedro de Atacama se compone de objetos que los habitantes conservan en sus casas, pero más importantemente, de restos arquitectónicos de grandes dimensiones que, irónicamente, han permanecido invisibles a la academia o al discurso de reivindicación étnica actual y, por ende, a discursos patrimoniales. Literalmente corresponden al capital que comenzó a ostentarse por los empresarios y comerciantes que arribaron a la zona, pero que fue igualmente constitutivo de la experiencia diaria de los habitantes locales y migrantes asociados al nuevo orden económico.
Se trata de tres grandes unidades: el conjunto habitacional, el complejo remesero y las casas del pueblo. Todas ellas se ubican en los ayllus que forman el oasis de San Pedro de Atacama y algunos, incluso, al interior del lÃmite urbano actual o en el mismo casco antiguo del pueblo (figs. 1 y 2). Estos verdaderos complejos arquitectónicos desafÃan la agencia invisible de la historia reciente en la vida actual de los habitantes locales. Es más, desafÃan la unilinealidad de los procesos identitarios de la población atacameña y generan preguntas acerca de las dinámicas a través de las cuales el patrimonio del pasado contemporáneo se constituye (o no) como tal.
Los cuatro conjuntos habitacionales identificados hasta ahora –Polanco, Tchecar, Catarpe y Mostajo Yaye–, corresponden a lugares donde habitaron personas que tenÃan vinculación económica con el tráfico de ganado, ya sea como dueños/agentes de las remesas o bien como productores de alfalfa necesaria para la mantención de las grandes cantidades de animales que pasaban por San Pedro (fig. 1). Todos están compuestos por una estructura de habitaciones con área de actividad diferenciada, patio, corral doméstico y, eventualmente, melgas de cultivo asociadas. No obstante lo anterior, la estructuración interna de los espacios varÃa. Cada complejo está construido en adobe y tiene techumbre a un agua (excepto Mostajo Yaye), presentan ángulos en los vanos, tanto de puertas como ventanas, asà como revoque en todas las paredes, generalmente por el interior y el exterior. Respecto a los patios y corrales, estos son construidos con adobones o con una combinación de adobones, adobes y eventualmente bolones.
Tal como se observa en la tabla 1, existen claras diferencias entre los complejos habitacionales relevados. Polanco destaca por su estructuración, complejidad interna, tamaño de los espacios y accesos. Tiene las habitaciones más grandes, lo que es concordante con el mayor tamaño de los espacios públicos como el patio y corrales domésticos (figs. 3 y 4). Esto se relaciona con el número de personas que habitaron este conjunto habitacional, pero también con su posición económica y social que se demuestra no solo en el tamaño de la casa, sino en la altura de las paredes, vanos, ventanas y terminaciones. Los conjuntos de Tchecar, Catarpe y Mostajo Yaye son sin duda más modestos, tanto en el número de personas que los habitaron como en los recursos invertidos en su construcción, lo que se advierte en el tamaño de los espacios construidos, en la altura de las paredes y sus terminaciones. La estructuración de los espacios sigue el patrón local, con un solo volumen rectangular y accesos por medio de un patio.
Hasta ahora hemos identificado trece conjuntos arquitectónicos que corresponden a esta denominación, dos de los cuales coexisten con los conjuntos habitacionales de Catarpe y Mostajo Yaye. El complejo remesero responde a un conjunto de estructuras compuestas por un gran canchón, estructura cuadrangular con altos muros de adobe asociados a una pequeña casa también de adobe, ubicada dentro o fuera del canchón, y eventualmente un área cercada por grandes adobones que funcionaba como corral. Estos se ubican en los ayllus de Catarpe, Yaye, Tchecar, Solor, Séquitor, pero principalmente en Solcor (fig. 1).
El tamaño de los canchones es variable, pero como lo refleja la tabla 2, se observan tres rangos: inferior a 400 m², entre 450-800 m² y sobre 1.000 m². Los muros están construidos en adobe con alturas que oscilan entre los 3 y 4 m y, por lo general, están levantados sobre un zócalo de bolones de rÃo. Los adobes están dispuestos transversalmente, por lo que el ancho del muro coincide con el largo de los adobes. Las casas asociadas a los canchones son estructuras rectangulares, también de adobe, que pueden encontrarse tanto fuera del canchón como adentro, adosada a una de sus paredes. Sus dimensiones son muy variables, entre los 20 y 53 m² y por lo general tienen la pared interna con revoque. El techo es a un agua, a excepción de Catarpe donde el techo es a dos aguas² (figs. 5 y 6). La alta estandarización del complejo remesero en términos de su composición contrasta con la gran diversidad en términos constructivos. Los adobes de distinto tamaño y composición, asà como los detalles de sus terminaciones (arcos, coronas y torreones), sugieren la presencia de distintos constructores y eventualmente de diferentes dueños. La funcionalidad de los canchones no es del todo clara, si bien su relación con el tiempo de las remesas de toros es incuestionable. Manejamos dos propuestas: corrales o almacenaje de pastos. De hecho, la regularidad en los tamaños y composición de estos conjuntos alude a una homologÃa funcional, sin embargo hay ciertos detalles que sugieren usos diferenciados. Uno de los más notorios es el ancho de los vanos de acceso a los canchones, lo que podrÃa tener que ver con un uso ligado al manejo de animales, puesto que vanos de acceso más anchos pueden ser más convenientes. En cambio, aquellos con vanos de acceso notoriamente más estrechos podrÃan estar asociados a un uso como lugar de acopio de grandes cantidades pastos, elemento fundamental para el funcionamiento del sistema remesero.
Respecto a las casas del pueblo, hemos podido identificar al menos once construcciones que habrÃan estado en uso en el tiempo de las remesas de toros (ver Siárez 1998, 2009, 2013). Se trata de casas de fachada continua, ubicadas dentro del casco antiguo de San Pedro e insertas en el trazado de damero del pueblo, tal como se observa en la tabla 3. Estas cumplen funciones residenciales, correspondiendo a la casa-habitación de los grandes empresarios remeseros, como también a la venta de bienes y servicios³.
Dentro de las estructuras habitacionales destacamos las residencias de las familias Ivanovic, Ãlvarez, Abaroa y Polanco localizadas en calles centrales como Caracoles, Tocopilla y Gustavo Le Paige (fig. 7). Las fachadas de estas construcciones presentan altos muros de adobe, algunas veces con terminaciones (molduras) y puertas de pino oregón de una o dos hojas, que en tres casos se ubican en esquinas, dando paso a un zaguán que conecta con un patio interior. Claramente, la mayorÃa de los rasgos constructivos son de influencia colonial hispana también presentes en muchas otras viviendas locales, pero difieren en su tamaño y en la calidad de las terminaciones. Esta situación se repetirÃa con el equipamiento interno de las residencias mediante lámparas de lágrima tipo araña (Siárez, 1998, 2009).
En cuanto a los inmuebles que cumplieron una segunda función además de la habitacional, encontramos la casa ubicada en la intersección de las calles Tocopilla con Gustavo Le Paige (esquina NE), que originalmente era de la familia Almonte y que, posteriormente, fue vendida a Pedro Yutronic, quien instaló allà una pulperÃa (fig. 8). Cabe destacar como detalle constructivo que aún se preserva una argolla de metal para amarrar caballos. Otro caso es el de la residencia de Gumercinda de Hoyos, secretaria del Sr. Abaroa, que se ubica en la intersección de la calle Toconao con Gustavo Le Paige, frente a la plaza, y que también funcionaba como oficina administrativa para dicha empresa (Siárez, 2009).
Por último, datan también de este momento, el inmueble ubicado en el sector sur de la plaza donde funcionaba un hotel y restaurante cuya dueña era Sara Arancibia de Ãlvarez (Siárez, 2009). Esta función se ha mantenido hasta el presente. Un poco más alejada del centro del pueblo, casi al final de calle Caracoles, en dirección oeste, se ubica la herrerÃa.
Conservación, reciclaje y memoria del espacio construido.
La localización de la arquitectura remesera en San Pedro de Atacama ha sido determinante en el estado de conservación de las estructuras. Por situarse en un radio urbano han estado expuestas al constante trajÃn de habitantes locales y, desde las últimas décadas, de la creciente afluencia turÃstica. Ello explica que el complejo mejor conservado sea el de Catarpe, pues se ubica en el ayllu más alejado del pueblo. Pero la mayor o menor exposición de las construcciones también está ligada al manejo que han tenido desde que su uso original quedó descontinuado, independientemente de si están o han estado en manos de sucesiones de sus dueños originales, familias atacameñas, familias no atacameñas, organismos estatales o empresas privadas.
Las historias de vida de cada estructura varÃan, siendo unas trayectorias más complejas que otras (ver tablas 1, 2 y 3). Encontramos al menos tres situaciones que se repiten y que no son mutuamente excluyentes: la reutilización ligada a su función original, la reutilización con función distinta a la original y el reciclaje de materiales constructivos para otros fines. Con respecto a la primera, se observan complejos habitacionales y casas del pueblo que se usan nuevamente como viviendas. En algunos casos se les hacen adiciones, en otros se ocupan parcialmente algunos recintos con menor o mayor grado de intervenciones, desde rayados de paredes a instalación de pisos de baldosas y mosaicos. Por su parte, los canchones se reutilizan como corrales de ovejas y caballos, estos últimos tanto de uso doméstico como turÃstico.
En cuanto al nuevo uso de estructuras con función distinta a la original, la gama es amplia. Polanco es el complejo habitacional más versátil, pues según relatos de habitantes locales se volvió a ocupar como hospital y posteriormente como recinto de ejercicios militares durante la dictadura. En tanto, los canchones han sido mayoritariamente reciclados como viviendas, pero también con funciones tan diversas como taller mecánico o como acceso a un hotel cinco estrellas (fig. 9). Las casas del pueblo, debido a su ubicación céntrica, han sido ocupadas con fines comerciales –preferentemente restaurantes, tiendas y hostales– o bien han albergado a organismos públicos como una escuela básica, el retén de Carabineros o el Departamento de Obras Públicas del municipio. Esta categorÃa ha producido intervenciones agresivas en las estructuras ya que han implicado cambios estructurales de diversa magnitud.
Finalmente, el reciclaje de materiales constructivos de las estructuras es la forma de reutilización más radical de esta arquitectura, puesto que en varios casos ha significado el desarme completo de muros. En la mayorÃa de los casos los adobes son reutilizados para la construcción de viviendas debido a su gran calidad, llegando a medir casi el doble de los que se fabrican en la actualidad. Los canchones han sido las estructuras más afectadas por estas prácticas, de hecho, Séquitor y Patrón Costa conservan apenas fragmentos de muro y un vértice en pie, respectivamente (fig. 10). Asimismo, existen varios testimonios de otros canchones que no hemos podido detectar debido a la imprecisión de los mismos relatos, que bien podrÃan estar completamente desarmados.
Recordar viviendo.
La continuidad en el uso de las estructuras remeseras, por más diverso que sea, contribuye a distanciarlas de la categorÃa ruina –sobre todo arqueológica–, comúnmente asociada al tiempo pre hispano. En la práctica, estos espacios están insertos en la experiencia cotidiana de manera dinámica, cuestión que aparentemente impide que sean significados del mismo modo que los restos de los antepasados más lejanos ya que, pese a su deterioro, siguen estando en uso y, en ese sentido, están vivos. Esta condición no ha impedido que sean recordados como parte de un tiempo glorioso y de gran abundancia, aspecto que también reconocen y reproducen las generaciones más jóvenes.
Lo que encontramos es básicamente un relato incompleto, lleno de enmiendas y recuerdos velados de dos tipos de informantes: quienes se quedaron en Atacama y quienes se fueron, aquellos reconocidos como la primera generación descendiente del tiempo de las remesasâ´. En ambos casos son testimonios de infancia, desde los años veinte a los cuarenta. No saben con certeza para qué se utilizaban los canchones, aunque en su mayorÃa coinciden en que servÃan de
bodegas para guardar pasto, herramientas o carretas. A propósito del pasto, concuerdan en que prácticamente todo el suelo fértil de San Pedro se destinaba al cultivo de alfalfa para la venta. En ese sentido, el cubicaje de los canchones resulta indicativo de los grandes volúmenes de pasto que se estaban acumulando y eso podrÃa acercarnos al verdadero capital que manejaba la población local. Sabemos que el grueso de los atacameños no fueron responsables de la construcción de los canchones ni habitaron las opulentas residencias, pero bien pudieron suplir de pasto a los empresarios. Sin embargo, en la actualidad no existe evidencia de que ningún atacameño en particular se haya enriquecido gracias a esta actividad.
En cambio, existe el recuerdo de los Yutronic, la familia más reconocida de la época debido a la pulperÃa que administraban en el centro del pueblo. Todos los testimonios recogidos subrayan cómo esta familia se hizo de tierras a través de un sistema de deudas. Deseosos por adquirir bienes importados tales como herramientas, monturas de cuero, ropa de trabajo o alimentos envasados y artÃculos de bazar, muchos clientes atacameños que no contaban con efectivo firmaron pagarés que luego no pudieron solventar, cediendo tierras para saldar sus deudas. La mayorÃa de los entrevistados hace extensiva esta práctica a otras familias capitalistas asociadas con los Yutronic, ya fuera por filiación o afinidad polÃtica y comercial. Particularmente identifican a los yugoslavos o austrÃacos como timadores que, luego de quitarles sus tierras, las destinarÃan al negocio de las remesas, vale decir, a la producción exclusiva de pastos.
En las antÃpodas del recuerdo se sitúa a la familia Abaroa. A diferencia de sus pares extranjeros y advenedizos en el territorio, la familia Abaroa es considerada por los informantes nonagenarios como ‘gente de acá’ o derechamente atacameños. Testimonios de gente más joven, de unos 60 años a menos, asà como la historia oficial, los sindica como bolivianos. De hecho, al igual que otras familias acomodadas como los Hoyos o de los RÃos, los Abaroa provenÃan de la recién anexada república boliviana. Cualquiera sea su origen étnico, de los relatos se desprende un recuerdo nacionalizado del territorio. Tal vez, eso nos permite hablar de la consolidación simbólica del territorio chileno durante esta época. A nivel identitario es relevante que a los Abaroa se les recuerde como capitalistas generosos y participantes activos de todas las actividades culturales y religiosas de Atacama, pero, por sobre todo, como atacameños.
La cuestión patrimonial.
Siguiendo a Smith, el patrimonio no es algo dado sino un «discurso patrimonial autorizado» (2006, p. 11). Más que una cuestión con significados y valores definidos, la autora dice que es una práctica inherentemente polÃtica y discordante que evidencia la práctica cultural del presente. Puede ser utilizado por diferentes grupos e individuos con distintos propósitos o grados de hegemonÃa y legitimidad, por ello se trata más bien de un proceso tremendamente dinámico. En ese contexto, la invisibilidad metafórica de la arquitectura de la expansión capitalista en San Pedro de Atacama adquiere sentido.
Tal como lo señala Gundermann, las comunidades atacameñas vienen enfrentando los vertiginosos cambios impuestos por el proceso de modernización a través de una «retórica de la nostalgia» (2004, p. 231). Esta se traduce en una idealización esquemática del pasado ancestral que ha venido de la mano con acciones colectivas de reivindicación étnica como resultado de polÃticas estatales no solo en San Pedro de Atacama, sino en varios espacios con población indÃgena de la nación chilena. En ese contexto, no cabe duda que la investigación arqueológica del pasado prehispánico ha jugado un rol activo al momento de alimentar no solo el contenido de dichas reivindicaciones, sino también el auge de la industria del turismo y el exotismo cultural (Ayala, 2008). En otras palabras, diversos grupos e individuos han contribuido a autorizar un discurso patrimonial donde la modernidad no tiene cabida en el estilo de vida atacameño.
Sin embargo, los restos materiales del tiempo de las remesas, asà como los recuerdos asociados a ellos, tienden a indicar lo contrario, aunque dentro de una compleja articulación de presencias y ausencias, ganancias y pérdidas. La arquitectura múltiple, monumental y ostentosa evoca una época de abundancia en dinero y carnes, mientras que vastas extensiones de eras –secas y abandonadas–, recuerdan tierras cultivables arrebatadas. Ambas son ineludibles, evidenciando que como sujetos somos socializados en un mundo fÃsico compuesto de objetos materiales que nos presentan marcos de acción a través del habitus (Miller, 1987 en el sentido dado por Bourdieu, 1977). De esta manera, se puede hablar también de un habitus material (Meskell, 2005) en relación al mundo que es concebido y estructurado por las personas, pero que también es formador de la experiencia humana en la práctica diaria.
Entonces, aunque convengamos que la arquitectura de remeseros en San Pedro de Atacama está lejos de ser un dominio visible, lo interesante es que esa misma invisibilidad discursiva le confiere la capacidad de proveer los marcos de acción para los habitantes de los oasis. En otras palabras, la humildad de estos objetos inmuebles hace que pasen desapercibidos, pero no por ello los hace menos constitutivos del ser atacameño (Miller, 1987). Poco a poco la modernidad ha pasado a formar parte de la vida atacameña ya que los procesos de transformación que se aceleran en los albores del siglo xx se revelan sinuosos y vertiginosos. Un espacio de acomodación y negociación constante –aunque no siempre feliz– en los intersticios de la expansión capitalista.
La arqueologÃa puede contribuir a poner de manifiesto el lado más oscuro de esos procesos, aquel que margina, traiciona y, en el peor de los casos, aniquila a las comunidades con las cuales trabajamos (González-Ruibal, 2009). La arqueologÃa del pasado remesero trata un momento clave para la población atacameña: tal vez no la primera, pero tampoco la última y extensiva pérdida de tierras ancestrales. Las marcas están ahÃ, inscritas en una arquitectura armada, desarmada y vuelta a armar; visible e invisible, humilde y sorprendente.
Agradecimientos.
Queremos expresar nuestra gratitud a las comunidades atacameñas y a todos quienes abrieron generosa y literalmente las puertas de sus hogares para compartir saberes, objetos y recuerdos. Agradecemos especialmente a Eva Siárez y Magdalena Gutiérrez, quienes colaboraron estrechamente con nuestra investigación, y a todos los integrantes del proyecto FONDECYT n° 1120087 que contribuyeron con el registro de las estructuras.
Publicado en
ARQ 88 | Patrimonios
Diciembre 2014
ArtÃculo realizado por
Flora Vilches Clarke. Profesora, Departamento de AntropologÃa, Universidad de Chile, Santiago, Chile. / Lorena Sanhueza. Profesora, Departamento de AntropologÃa, Universidad de Chile, Santiago, Chile. / Cristina Garrido. Antropóloga, Universidad Austral de Chile, Valdivia, Chile.
Notas
1 Esta investigación se enmarca en el proyecto FONDECYT N° 1120087 «Expansión capitalista e identidad en los oasis de San Pedro de Atacama, 1880-1980: un enfoque interdisciplinario».
2 Los nombres de los canchones no son los originales. AnalÃticamente los hemos denominado de acuerdo a cómo los habitantes locales se refieren a ellos (*); el ayllu donde se localizan (**); el propietario o administrador actual (***); o el propietario original (****).
3 Los nombres de los canchones no son los originales. AnalÃticamente los hemos denominado de acuerdo a cómo los habitantes locales se refieren a ellos (*); el ayllu donde se localizan (**); el propietario o administrador actual (***); o el propietario original (****).
4 Los relatos a los cuales se alude en este texto provienen de un total de nueve informantes entrevistados en 2012, y de otros seis entrevistados entre los años 1996-1998 y 2008-2010.
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