Parece ridÃculo reparar en que anteriormente lo que se consumÃa era sólo el contenido, adquirido usualmente a granel en un receptáculo durable. La prestancia del recipiente podÃa incluso ser notable como lo sugieren los paisajes Ãntimos de botellas y jarras que esboza Luigi Morandi. También lo celebraron Le Corbusier y Ozenfant en su elogio al objeto tipo, cotidiano, y funcional, aquel que es bello por simple y depurado, con la esperanza que la producción masiva alcance para todos. Más tarde le llegó el turno a Warhol y su Brillo Box que retrataba la vida fugaz de una muerte anunciada, la llamada ‘obsolescencia programada’, que era prácticamente desconocida en el Chile de los 70.
Editado por Martin Pawley en Architectural Design de diciembre de 1973, el dossier «Garbage Housing» –’viviendas-basura’– proponÃa utilizar contenedores desechables para la producción masiva de casas (Pawley, 1973).¹
© John Wiley & Sons, Inc.
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Paralelamente, el autor testeaba prototipos a escala natural en talleres de la Architectural Association en Londres, y la Universidad de Cornell en Ithaca, mientras que el profesor Gustavo Munizaga investigaba temas similares desde la Universidad de Chile.
Lo que Pawley proponÃa transformar en material constructivo para residencias era el contenedor de productos de consumo masivo, especialmente alimentos sólidos y bebidas; un contenedor que porta su imagen promocional en la solitaria confrontación del consumidor con los anaqueles abarrotados del supermercado. Las resonancias del arte Pop eran potentes. El esquema se inscribÃa en el escenario –históricamente inédito– del envase desechable.²
Desde tiempo preocupado de las polÃticas de la vivienda, Pawley asumÃa en esta etapa un derrotero un tanto distinto a su anterior indagación (Pawley, 1971). Le preocupaba la eficacia (si bien desconfiaba de la retorica del proyecto en serie), y para ese efecto avizoraba mecanismos de producción alternativos cuyo alcance, como veremos, era aun más radical.
La clave de Garbage Housing consistÃa en pensar la sobreproducción de desechos como oportunidad de material constructivo, masivo, y por lo demás universalmente disponible sin costo, en una ecuación virtuosa irrefutable. Lo que entonces comenzaba a avizorarse como un problema ambiental de proporciones se resolvÃa transformando el desecho en producto, resolviendo de paso, el acucioso déficit de viviendas.
Dos estrategias surgÃan a partir de sus premisas: la primera, más ambiciosa, consistÃa en adecuar el contendor de un producto (una botella desechable de cerveza por ejemplo) a las lógicas del elemento constructivo. Ilustraba el caso el proyecto WOBO, impulsado por Alfred Heineken con la colaboración de John Habraken para el rediseño de botellas de cerveza con el fin de utilizarlas como ladrillos. Impresionado por la miseria de un bidonville en Curacao, Heineken –según cuenta Pawley– habÃa advertido como, no obstante las evidentes carencias, las botellas desechables abundaban. Habraken asumió el desafÃo de conciliar –en el rediseño de la botella– los requerimientos de la construcción con los del manejo de bebidas. Rebajando cantos, modelando un perfil de caras más planas, y agregando cierta rugosidad en las paredes, efectivamente transformaba la botella en ladrillo, prolongando exponencialmente su ciclo de uso, y eliminando los costos ambientales y económicos asociados al transporte y depósito de basuras.³
Más elemental que la anterior, la estrategia alternativa consistÃa en buscarle un segundo uso a los contenedores desechables de cartón, plástico, o vidrio, simplemente reciclándolos. Se desplazaba en este caso la concepción del diseño a la obra, no al envase, su potencial modulo constructivo, simplemente adecuando el ‘objeto encontrado’ a un propósito arquitectónico preciso.
Las botellas y tarros desechables –argumentaba Pawley– se producen a razón de siete a diez veces en proporción a los ladrillos o paneles de construcción. Pasar del breve uso primario a un prolongado uso secundario parecÃa evidente y deseable. Aun más eficaz resultaba hacerlo con la posibilidad de ajustes en el diseño –como ya lo habÃa intentado Habraken– apuntando a su re-encarnación en modulo constructivo, aun más si con toda probabilidad –reflexionaba Pawley– estos objetos desechados constituirÃan una amenaza ambiental.
Los escenarios del reciclaje –con el consiguiente segundo (y largo) ciclo de vida de los componentes– eran diversos: la villa miseria, en donde los desechos se perpetuaban, era moralmente inaceptable. Luego estaba el bricoleur aficionado que recombinaba unidades en paramentos constructivos, y la casa de vacaciones en donde siempre campeaba –al menos potencialmente– un aire de aventura y cierto espÃritu alternativo, pero su condición lúdica alejaba a estas propuestas de las aristas duras del problema. Las lógicas propugnadas por Pawley sostenÃan en cambio una base estadÃstica significativa en donde la producción incremental de desechos podÃa medirse contra una demanda también incremental de casas.
Todo parecÃa calzar perfectamente. Invitado en setiembre de 1972 a la VIEXPO (Exposición Internacional de la Vivienda) realizada en el edificio UNCTAD en Santiago, junto con representantes de 28 paÃses, Pawley se enteró de la envergadura de las carencias continentales, estimadas por el propio presidente Allende en unos veinte millones de casas requeridas por una masa humana literalmente desamparada. Titulada A Strategy for the Resolution of the Conflict Between Mass Housing and Consumer Aspirations, su ponencia se inscribÃa en el modulo ‘Métodos y Recursos Técnicos’ despertando inesperadamente, desde el inicio, la hostilidad de sus colegas. Probablemente les resultaba grotesco el mensaje de un británico que proponÃa paliar el déficit habitacional de los pobres en Chile mediante el reciclaje de desechables. No obstante ese episodio, Pawley logró presentar su tesis al presidente y a su ministro de planificación, Gonzalo Martner, quien avizoró en la estrategia una posibilidad de acción coherente y real, pero orientada al uso primario de piezas y materiales de empaque.â´ Instigado por Pawley, Martner inició un catastro de las capacidades industriales ociosas susceptibles de reactivarse en función de la producción de casas. En este marco, en un panorama de creciente escasez de productos, pero de grandes expectativas reivindicatorias, surgió el proyecto de Jeff Skorneck desde el Cornell Chile Programme.âµ
Skorneck proponÃa utilizar la capacidad ociosa de la planta local de Citroën para la construcción de viviendas. Le Corbusier habÃa imaginado mucho antes (y sin mayor éxito) movilizar la industria aeronáutica en el Plan Voisin y la del automóvil en la Maison Citrohan. Otro tanto habÃa propuesto Buckminster Fuller en las casas modulares Dymaxion y Wichita, diseñadas para ser producidas en una fábrica. En un plano más ideológico, Marinetti y los futuristas habÃan suscrito similares alianzas. El traslado de las vicisitudes incontrolables de la obra a las certidumbres de la producción en lÃnea al amparo del galpón industrial ha sido, desde hace tiempo, tópico de propuestas para la construcción masiva, pero a diferencia de la ‘prefabricación pesada’ que también comenzaba a utilizarse en Chile en esa década, la lógica de Skorneck se inscribÃa en la construcción en metal, su ensamblaje ‘en seco’, y sus tolerancias dimensionales mÃnimas, la misma que, desechando al hormigón armado por tosco, conducirÃa en lÃnea directa al High-tech.â¶
Diseñado por el ingeniero francés Pierre Boulanger, el Citroën 2CV no tardó en transformarse en un clásico del automóvil de masas (Sudjic, 2009).â· Dotado de un solo faro delantero, su primera versión poseÃa los rasgos identitarios que lo harÃan celebre: el corrugado que rigidizaba las planchas de carrocerÃa, los cristales planos en el parabrisas, laterales y trasero, los mecanismos elementales que accionaban la toma de aire, la apertura de las ventanas mediante simples bisagras, el ensamblaje de asientos y puertas fácilmente desmontables, la célebre suspensión, y un sinnúmero de ingenios que hacÃan de este vehÃculo una opción indiscutible y económica, avalada por el rendimiento del combustible, la liviandad, y cierta indiferencia a los caminos de mala calidad. Varias versiones fueron desarrolladas en Francia, pero por motivos de normativa local, Citroën se vio forzada en Chile a fabricar un hibrido, la popular ‘Citroneta’. Con su caja posterior abierta, esta calificaba como vehÃculo de carga para efecto de impuestos. La planta local producÃa también los paneles de la furgoneta utilitaria de dos asientos que se ensamblaban sobre un chasis importado. Concordante con una economÃa de sustitución de importaciones, el esquema aseguraba entre otras cosas la formación de cuadros técnicos locales. Debido a la sequÃa de créditos que tenÃa a la fábrica semiparalizada, resultaba conveniente reactivarla hasta que fluyera nuevamente la importación de piezas.
Páginas 781-782. © John Wiley & Sons, Inc.
En un proceso no del todo distinto a las operaciones que Duchamp habÃa sometido a los objetos industriales, Skorneck proponÃa re-ensamblar las piezas de carrocerÃa de la furgoneta Citroën para armar un habitáculo de 35 m². Este presentaba una clara identidad modular y una evidente afinidad con su objeto de origen. La imagen interior lo muestra equipado con pocos y sofi sticados elementos, todos congruentes con la figura industrial, como si fueran nacidos deuna misma cuna: lámparas articuladas, muebles tubulares, y un televisor. El ambiente ‘minimal’ sufrÃa las fluctuaciones de la temperatura exterior dado que la carrocerÃa Citroën no ofrecÃa aislación térmica alguna, pero el tema ambiental aun no comparecÃa con urgencia en esos discursos.â¸
En La Casa Fredda, Emilio Vendittelli se pregunta acerca del efecto novedoso del metal y el vidrio en la concepción de los ambientes domésticos modernos (Vendittelli, 1977). Son materiales ‘frÃos’, también ‘secos’ y ‘precisos’, al menos en comparación a las ancestrales materias de la madera, arcilla, y el hormigón. No es casual que Koolhaas se explayara sobre la excéntrica condición viscosa y sucia del hormigón que estimuló las sensibilidades del brutalismo, y resaltara la aparente contradicción entre un ‘espÃritu moderno’ y la bizarra composición de este material de vaciados (Koolhaas, 1978). La ‘casa Citroën’ de Skorneck acortaba la distancia entre el artefacto industrial y la arquitectura, tal como otros hicieran mucho antes. De haber prosperado, este modelo se hubiera inscrito a esa lÃnea de filiación que relacionó bicicletas y muebles tubulares en el periodo heroico de la arquitectura moderna, y que más tarde prodigó los equipamientos lúdicos tubulares de Aldo Van Eyck. Quizá hubiese sido venerada por los cultores del Hightech pero, tal como habÃa observado Pawley, el modelo de casa al cual aspiraban los radicalizados pobladores chilenos se acercaba notablemente a las convenciones burguesas.â¹
Las ambiciones de Pawley eran en realidad difÃciles de satisfacer, puesto que su apuesta no la concebÃa como un sustituto barato e inferior a la vivienda convencional, sino como un nuevo paradigma que rechazaba tanto los productos de la industria de la vivienda como los supuestos polÃticos asociados a ella: la noción de la casa como inversión económica (de valor incremental en el tiempo), y también su dependencia de mano de obra especializada.¹â°
Su clave consistÃa en «…desplazar su base de recursos (en la producción de viviendas) desde aquello que es escaso y costoso, hacia aquello que no solo es abundante y barato sino también ubicuo y desprovisto de valor…» (Pawley, 1973). En la cultura del consumo la casa era –según su visión– esencialmente un contenedor de objetos incluyendo los equipos (a la larga también desechables) capaces de producir bienestar fÃsico. Que esa envolvente evocara otros valores no era tema; en esto Pawley coincidÃa con Price: «…hoy en dÃa una vivienda no es tanto una colección de objetos durables de consumo sino más bien… un envoltorio de objetos de consumo…» es, decÃa «…una bóveda para atesorar posesiones, una vitrina (para exhibirlas), una planta de procesamiento, y un centro de entretención» (Pawley, 1973). DifÃcilmente podrÃa esa mirada ser compartida en un ambiente de escasez, que además era anterior al ingreso de Chile a las ligas del consumo (y del desecho) masivo.
La tesis de Pawley no logró arraigo en Gran Bretaña, y menos aun en un Chile donde apenas existÃan dos modestas cadenas de supermercado, y la producción de envases desechables era casi inexistente. La casa –decÃa Loos– es conservadora, atendiendo al peso de los hábitos en su configuración e imagen. Asà lo advirtió sorprendido Pawley al reconocer en las aspiraciones del poblador del campamento del MIR¹¹ el prototipo burgués, es decir, la respuesta arquitectónica más convencional, fraguada en el entorno de mayor radicalidad polÃtica.
La tesis se publicó dos meses después del golpe de estado en Chile, cuyos ideólogos encauzaron todas las polÃticas –incluidas las urbanas y habitacionales– hacia las lógicas comerciales del mercado, cercenando de este modo el experimento. A poco andar Chile suscribió a una economÃa de la obsolescencia programada con su secuela de crecientes montañas de desechos que, gracias al efecto NIMBY, se invisibiliza en las periferias menos desarrolladas. Producimos cada vez más garbage pero este no redunda en housing; de hecho no redunda en nada. Es una perspectiva sin duda preocupante.
Publicado en
ARQ 89 | EnergÃa y recursos
Abril 2015
ArtÃculo realizado por
Rodrigo Pérez De Arce. Arquitecto, Universidad Católica de Chile, Santiago, Chile, 1972. Diploma Architectural Association, Londres, Reino Unido, 1975. Doctor Arquitecto, Universidad Central de Venezuela, Caracas, Venezuela, 2011. Profesor titular, Escuela de Arquitectura, Universidad Católica de Chile. Ha enseñando en la Architectural Association y en las universidades de Bath, Pennsylvania y Cornell, entre otras. Entre sus libros se encuentran La Escuela de ValparaÃso, Grupo Ciudad Abierta (2003) y Domicilio Urbano (ARQ, 2006, 2012).
Notas
1 Martin Pawley, «Garbage Housing», Architectural Design Vol. XLIII (12, 1973): 764-784. La revista incluye además presentaciones de casas de papel plegado, propuestas de Yona Friedman y sistemas alternativos. Pawley desarrolló posteriormente el tema en el libro homonimo. Nacida en Chile, Monica Pidgeon la editora de la revista habÃa reconocido en terreno las ‘tomas’ y procesos reivindicatoruios de los pobladores que formaron parte del proceso de la Unidad Popular y de sus grupos mas radicalizados: sus comentarios aparecieron en Architectural Design de Diciembre de 1972 en un articulo titulado «Campamentos», reimpreso en español en edición facsimilar como separata de Hogar y Arquitectura 104.
2 HabÃa solo dos cadenas de supermercados en Chile a la fecha, uno cooperativo en asociación de productores y consumidores que fue desmantelado por el gobierno militar. Comparado con Europa ciertamente no existÃa aun la economÃa generalizada del objeto desechable.
3 WOBO Project: la botella fue rediseñada por Habraken en 1962 y un prototipo de vivienda –ilustrado en el artÃculo– fue construido en 1965 según el recuento de Pawley, pero Heineken la discontinuó.
4 Principio que Shigeru Ban pondrÃa en práctica años después.
5 El denominado ‘Cornell Chile Programme’ se desarrolló hacia 1973 con el apoyo de Mathias Ungers. Ver: «Chile and the Cornell Programme», Architectural Design Vol. XLIII (12, 1973): 777- 782.
6 Comparar por ejemplo con las experiencias coetáneas de prefabricación pesada realizadas desde la planta en Quilpué, descritas en el libro Panel y presentadas en la XIV Bienal de Arquitectura de Venecia, 2014. Ver: Pedro Alonso y Hugo Palmarola. Panel (Londres: Architectural Association, 2014)
7 Deyan Sudjic anota el paralelo entre el Citroën 2CV, un clásico de los compactos económicos destinados a un público masivo y el Volkswagen escarabajo, el ‘auto del pueblo’ alemán, diseñado por Ferdinand Alexander Porsche para el Tercer Reich. Sudjic le atribuye a su diseño la influencia de Jean Prouvé. Ver: Dejan Sudjic: El lenguaje de las Cosas (Madrid: Turner Publications, 2009). El auto despertó un intenso interés en Le Corbusier quien diseño un prototipo, y más tarde también en los Smithson.
8 Comparar por ejemplo con le propuesta de Reyner Banham y Michel Legret, o también con la casa Farnsworth de Mies, ambas dependientes de sistemas mecanicos para la adecuación ambiental.
9 Ratificada en el ejemplo de casa que presentaban pobladores del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Algo parecido ocurrÃa en la Escuela de Arquitectura de la Pontificia Universidad Catolica de Chile hacia 1972, cuando entre los grupos más radicales de profesores y alumnos alineados con el gobierno socialista, ante la demanda habitacional, se sustituyó la invención como ambición del taller por la efectividad de respuesta, surgiendo de ello modelos más convencionales desde un medio radicalizado.
10 Se podrÃa comparar por ejemplo con los supuestos del proyecto Elemental en donde, reconociendo las dinámicas del mercado, se postula la vivienda como «atajo al desarrollo» y «paso a la clase media», lo que supone buen diseño, buena ubicación, un valor de suelo congruente y, por sobre todo, la inserción al mercado fuertemente especulativo de casas y suelos.
11 MIR es la sigla del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, no adscrito al gobierno de Allende, y radical tanto en sus propuestas de organización de pobladores como en sus reivindicaciones.
BibliografÃa
ALONSO, Pedro; PALMAROLA, Hugo. Panel (Londres: Architectural Association, 2014)
KOOLHAAS, Rem. Delirious New York (New York: The Monacelli Press, 1978)
PAWLEY, Martin. Architecture Versus Housing (London: Studio Vista, 1971)
PAWLEY, Martin. «Garbage Housing», Architectural Design (12, 1973):764-784
SUDJIC, Dejan. El lenguaje de las Cosas (Madrid: Turner Publications, 2009)
VENDITTELLI, Emilio. La Casa Fredda, il linguaggio dei materiali metallici e del vetro negli interni domestici (Roma: Edizione Kappa, 1977).
Lecturas recomendadas
ARQ 89 | EnergÃa y recursos
ARQ 86 | Proyecto social
ARQ 82 | Fabricación y construcción