Cada vez que converso con Germán lo hago sin una ruta a seguir. Nunca defino una pauta para la conversación. Esa es la gracia, no tengo preguntas hechas; conversamos y no más. O más bien, escucho y no más. Este dÃa, como de costumbre, nos encontramos en su oficina al mediodÃa. Germán sabe sobre mi interés por la literatura y la arquitectura; me preguntó si yo habÃa visto en el diario un material sobre Nicanor Parra. Le dije que soy muy malo para la noticias y que no leo diario ni veo televisión. Germán hizo señal de que entendÃa… “las noticias son lo que más te mataâ€, pero luego completó diciendo que una vez a la semana, quizás, es posible encontrar algo de bueno, como este texto sobre Parra. Conversamos varios minutos sobre literatura, sobre un esquema que habÃa hecho su hijo sobre un libro de Todorov, y sobre otras cosas. Luego le propuse centrarnos en la fotografÃa y surelación con la arquitectura, el tema que, contra nuestra costumbre, ahora tenÃamos como determinado.
¿Germán, cómo encaras las fotografÃas que tú mismo haces?
Para mÃ, la arquitectura es algo que viene de hace diez mil años, por lo menos: en América estamos haciendo arquitectura hace ocho mil o diez mil años, y para qué decir en Europa. Y la condición humana, la cuestión esencial del ser humano –hasta donde yo sé– no ha cambiado nada: lo que les importaba a los chinchorros y nos importa a nosotros es más o menos lo mismo. Esa preocupación fundamental es todo lo que uno no sabe y, sobre todo, lo que uno sabe del «después de la muerte». La vida como una tensión entre el nacimiento y la muerte, y que hay que llevar con mucha dignidad. Eso es extremadamente importante, porque la dignidad se ve –tú la puedes ver– en lo que los arqueólogos llaman la cultura material.
En la cultura chinchorro tú ves el cuidado que se ponÃa en los objetos. No interesa que fueran pocos y modestos, pero el cuidado con que están hechos los objetos es el mismo cuidado que hoy dÃa se pone en los objetos de los que está hecha nuestra cultura material. Quizá desgraciadamente, da lo mismo que nuestra cultura material termine en celulares y automóviles. Pero los celulares hechos con cuidado, por ejemplo los de Apple, y los autos, que sé yo, los de Ferrari o Porsche, están hechos con el mismo cuidado, se puede decir, el mismo impulso de los chinchorros hace ocho
mil años. Hay una constante: ser humano significa cuidar cosas, pero no por las cosas, sino porque ellas reflejan la dignidad que tiene la vida. Y también cuidar a los muertos, porque de eso no se sabe nada. Hay miles de maneras de pensar o de ocuparse de lo que está más allá; la respuesta, como no sabemos bien ni sabemos cuál es la correcta, no importa.
Todo esto me hace pensar que la arquitectura y sus elementos están distribuidos por todas partes: lo que da lugar a la vida, esos lugares que tú miras y dices: «bajo ese parrón, o en esa casa, o en ese palacio, o en esa plaza quiero estar». Existen por todos lados, te los encuentras a la vuelta de un camino en cualquier parte. Son lo que yo llamo signos de vida. Eso es lo que yo intento fotografiar y son cosas que después nosotros usamos para trabajar. Las utilizamos porque a los arquitectos no nos corresponde decidir qué vamos a hacer. Esa no es la cuestión de la arquitectura, porque alguien te dice «arme una casa, arme una plaza, arme un palacio, o arme una
calle o arme un parque». Entonces cuando te dicen arme una plaza, vas a esa foto y miras las plazas que has visto, las plazas que son las más fecundas o las que más desearÃas para ti mismo, y esas plazas, como te digo, pueden estar en cualquier parte. Para mà aparecen en Chinchorro, cerca del Valle Sagrado, también están en México, en Teotihuacán, también están en Grecia, en un pueblo donde una señora vieja todos los veranos pinta de blanco el espacio entre las
piedras, y se pintan las casas completas blancas, continuamente. Entonces el pueblo se va cuidando y, aunque no haya nadie, ese reflejo de una preocupación lo mantiene vivo. También pasa en el norte de Chile, el pueblo de Isluga está cuidado, no está como lo que nosotros dejamos en la ciudad abandonado, como esos terrenos pelados que son pura basura y ratones. No, Isluga está vacÃa pero está bien, está cuidada y ahà no vive nadie. Para eso sirven las fotos.
Las fotos yo las acompaño con comentarios, no de mis reflexiones en ese momento sobre lo que vi, sino lo que me dice la gente con quien me encuentro. Son cosas que muchas veces no entiendo, incluyendo por ejemplo lo de Alberto Cruz; yo me reunÃa con él y anotaba lo que me decÃa. No entendÃa nada, pero lo anotaba. Y después lo volvÃa a leer, lo volvÃa a leer, hasta que un dÃa lo entendÃa; pero al principio no entendÃa nada. Es como ese cuento del hombre que una vez, cuando le pedà que trajera un metro para medir un terreno, me dijo «no, mire, el metro es muy impreciso».
Entonces, yo me reà y lo anoté, pero no entendà lo que querÃa decir, primero solo pensé «qué gracioso este hombre». Aunque después uno entiende. Por eso es poético, porque todo esto se te aparece, y lo que aparece luego va cambiando.
Si tú le pusieras una etiqueta a las fotos, entonces esa plaza nunca te va a hacer pensar algo distinto, ya quedó fija como, no sé, «plaza vacÃa». Pero entonces después uno la mira y claro, está vacÃa de cosas, pero no está vacÃa de sugerencias. Isluga actúa muy lejos de donde el pueblo está construido, porque actúa en la imaginación de la gente que antes pastoreaba o hacÃa comercio, pero que ahora vive en Calama y trabaja en minerÃa. Pero son unos mineros que en su cabeza no solamente tienen la mina y su casa en el desastre que puede ser Calama, sino que además ahà está su lugar en Isluga. Es como decir que tienes una casa en la playa, donde no vas nunca, pero cuando ya dejes de trabajar y por fin estés en paz, te vas a arrancar a tu casa en la playa. O sea, tienes un lugar donde soñar, por eso queda abierto y, como queda abierto, es poético.
Entonces, aunque toda fotografÃa es algo concreto, fijo, inmutable, a través de los comentarios tú intentas que tus fotografÃas cambien.
No, no les pongo comentarios. Al no poner subtÃtulos, al poner solamente «Isluga», «Isluga, Chile» o «Ciudadela de Teotihuacán», qué sé yo, eso permite mirarlas de nuevo muchas veces. Algunas de mis fotos ya están viejas, y no sé qué hacer para renovarlas, porque son fotos que saqué hace muchos años cuando la cámara no era buena. Entonces uno dice: «qué pena, ¿cómo la arreglo?» y no se puede arreglar. Hay fotos que han estado sugiriendo cosas durante veinte o treinta años, otras no. Otras pasan. Ahà uno ve lo que es más y lo que es menos poético: lo que es más poético sigue actuando siempre. Lo que es menos poético se agota, son cosas que eran bonitas o interesantes, pero que no daban más de sà que lo que podÃas ver.
Además hoy las fotos tienen una cosa, que muchos critican pero que a mà me parece muy bueno. Ahora puedes hacer muchÃsimas tomas, porque la cámara tiene una gran memoria. Antes tenÃas que llevar los rollos, llevaba seis, diez carretes, y tenÃas que cuidarlos: hacÃas «pum», y después esperabas un rato, otra cosa buena y «pum», ahora uno hace «pum-pum-pum». Y de repente, entre tomas que tú piensas que no tenÃan ningún interés, aparecen cosas buenas e inesperadas.
Estamos hablando siempre de arquitectura, de las obras o los elementos que son esos signos de vida. Y les pongo «signos de vida» porque son a veces más simples que la arquitectura: puede ser un letrero en el camino, hecho con alguna gracia –tengo montones de fotos de letreros en el camino– o podrÃan ser esas cosas que se les ponen a los muertos en el camino, las animitas. Ahora, no es porque sean animitas que van a ser dignas de fotografÃa –no fotografÃo todas las animitas– pero hay animitas que son más sugerentes que otras. Para mÃ, esas son las que muestran el cuidado de la gente por las personas que quieren –por lo tanto por ellos mismos– y por eso son elementos de arquitectura. Pero no en sà mismos y ahà está lo difÃcil de comprender: no es que yo vaya a incluir animitas en una obra mÃa. No. Lo que voy mirando es cómo se manifiesta este cuidado, que es lo que me interesa, y cómo lo puedo yo aplicar a la arquitectura. Entonces las fotografÃas se convierten en elementos de trabajo y, aunque sean figurativas, porque tienen forma, son abstractas. Nunca esas fotos se traducen directamente en las obras, sino que son elementos que funcionan en otro nivel. Eso es lo que yo hago en mis conferencias: la relación de lo que hemos hecho con algunas fotos que inspiraron eso, en donde se ve la relación, que es obvia, entre lo que vimos y lo que hicimos. No hay nada que explicar.
¿De dónde sacamos esto? Eso es lo que hace que la arquitectura tenga una relación primero con el origen y también tenga una rerelación con la cultura y con la naturaleza de los lugares, porque está sacada de observaciones de elementos que existen, mediante fotografÃas. Los arquitectos le han hecho mucha publicidad al croquis, al lápiz, pero ¿sabes? es muy raro que yo haga un croquis. El croquis yo lo hago con la máquina de fotos, y lo hago mucho más rápido. No me interesa que esté bien dibujado, ni lucirme con el dibujo ni con mi interpretación: lo que me interesa sencillamente es lo que estoy observando. Es como ahora. Tú me estás grabando, entonces te podrÃa decir, como exige Parra. «todo tiene que estar escrito a lápiz». Quizás tú lo escribirás a lápiz después, pero la grabación es un medio que te permite trabajar más rápido. Con el lápiz, irÃas eligiendo ya desde el comienzo. Si grabas, puedes darle una vuelta y pensarlo bien: después eliges. Con la foto es igual: yo elijo acá, a la vuelta del viaje. Porque cuando viajas hay momentos en que estás cansado, es la tarde y ya no ves mucho, y sin embargo sacas fotos igual.
Y esas fotos de repente son una sorpresa –hechas en un momento en que uno no estaba nada entusiasmado– mientras otras fotos que uno cree las más fantásticas, que van a servir para todo, en una segunda mirada resultan más o menos no más. En ese sentido, la fotografÃa es un elemento de trabajo, para mÃ, esencial.
Esa es la lÃnea de las imágenes de objetos inertes, pero que manifiestan la vida a través de eso que te explico. Después está la fotografÃa de la gente, que no es la fotografÃa melancólica de los niños –niños pobres mirando por la ventana, de unos vidrios medio sucios, fotografÃas que hacen todos los fotógrafos– sino que es más bien fotografÃa de gente en su medio. Son fotos en que se ve a las personas en un lugar que realmente las acoge, pero para mà son fotos que han sido menos fecundas, me han dado menos ideas, han sido menos inspiradoras, probablemente porque la conclusión ya está sacada. No basta ser una foto de un grupo de gente bajo los árboles de una plaza para dar la sensación de que la plaza acoge.
Pero, por ejemplo, hay una foto de Guy Wenborne sacada desde el aire, en uno de sus libros, que es una maravilla –porque en una época a Guy le vino con hacer fotos con el papá en un avión–. Es la foto de una procesión en Ayquina, un pueblo que está metido en una quebrada al norte de San Pedro de Atacama. En la quebrada hay agua y ahà están los cultivos, y arriba está la pampa del desierto, el descampado de Atacama. Creo que la gente viene con la Virgen del Carmen, salió de la iglesia y subió la quebrada, y van caminando por la pampa en un lugar donde hay –tÃpico en las entradas de los pueblos del norte– huellas, caminos de tierra con huellas en todas las direcciones, un lÃo de huellas. Y sin embargo, como seguramente el cura va adelante con la Virgen y todos lo siguen con este mismo propósito, se produce con la gente como una flecha muy clara, que avanza en una dirección en medio de lo que es la nada. ¿Qué es lo que esta foto a mà me muestra y por qué yo la muestro? Esa es otra cuestión esencial de la arquitectura: la dirección, el propósito de algo, que se tiene que mantener, se tiene que sostener durante la obra. Y no es cualquier cosa. No es que unos van para allá y unos van para acá. Cuando los propósitos son los mismos se arma un orden, pero que no es el orden organizado por estructuras fÃsicas. No es que ellos vayan en esa dirección porque esa es la dirección de la calle, ni porque haya unas vallas o porque sea un camino en medio de la selva o en medio de los potreros es la única pasada, sino que van en esa dirección porque su interés está delante y eso los lleva. Esa foto a mà siempre me ha inspirado a pensar, y eso es lo que trato de mostrar con ella: que el orden de la arquitectura está sacado de la vida y no al revés.
↑ Ayquina, Calama. FotografÃa de Guy Wenborne.
Extracto de la entrevista realizada a Germán del Sol en septiembre de 2013 por Igor Fracalossi.
ARQ +1 | Germán del Sol / Guy Wenborne
Noviembre 2013
Igor Fracalossi. Arquitecto, Universidade Federal do Ceará, 2009 y MagÃster en Arquitectura, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2012. Desde 2010 investiga la obra de Germán del Sol, sobre la cual ha publicado ensayos, artÃculos y entrevistas en Chile y Brasil. Actualmente es profesor instructor adjunto del programa de MagÃster en Arquitectura de la UC, editor de ArchDaily Brasil y cursa estudios en el Doctorado en Arquitectura y Estudios Urbanos de la Pontificia Universidad Católica de Chile.